La oscuridad tentada por faroles de poco alcance los vigilaba y a la vez era su principal aliado. El tiempo cronometrado era el complemento perfecto para la soledad de otros humanos. Y ahí se encontraban otra vez, viendo un hermoso transporte que ni en 80 años podrían comprar. Brillante, radiante, sin stereo a la vista (obviamente). Pero eso no importaba, lo importante –como en todo caso de posesión- era lo externo. El molde estaba, la pintura también, pero esa etapa todavía no era la correcta aún según sus ideales. “Tu hermoso auto es parte del espacio público ¿Por qué no haríamos un grafitti en él?”. Esa fue la tarjeta en forma de presentación.
Se retiraron lentamente, intervinieron un paredón de una vía cercana y hablaron de un viejo partido polémico entre todos. Hasta que de repente ¡BUM! Se miraron sin entender nada. Sus ojos se abrieron mucho más al reiterarse las explosiones. La intuición los hizo correr a observar lo incomprensible: una fila de autos ardía en una calle alejada de Pro City. No lo entendían, no entraba en sus cabezas, no les pareció algo casual.
Arte y espacio público ¿Un olvidado?
Las calles hablan, las paredes manifiestan lo que ciertos actores –aerosol en mano- intentar visibilizar ante una asimetría estructural de imposición del sentido. Desde hace unos años que tengo bollando en el área una idea sin saber cómo plasmarla muy bien en una hoja (más precisamente el preludio). Está claro que no me siento un goleador en el teclado, pero el tema del respeto o no del espacio público es algo que es interesante repensar, si bien ya hay mucho escrito sobre la intervención urbana de grafittis, tags, murales, etc. Entender la lógica de quién decide intervenir. Y el razonamiento es fácil “lo hago”.
Un integrante de esta redacción al ser consultado sobre qué busca a la hora de realizar un grafitti aseguró que: “me interesa que tenga exposición de día, de noche y que dure el máximo tiempo posible”. Sin embargo, pareciera no haber una lógica clara a la hora del respeto. “No hacer lo que no le gusta al otro”, podría ser un principio. Pero pintar una persiana de un local, nunca le va a gustar al señor de una PyME. Tampoco a las señoras paquetas que viajan en el tren del norte- que es de “todos”- por lo que debería respetarse la modalidad que el concesionario brinda en virtud del poder que nuestra delegación ciudadana otorga.
Sin embargo, hay un medio de transporte –meramente privado- que se respeta y comúnmente “zafa” del arte del grafitti o la falta de respeto, según como uno lo mire. Me refiero a los automóviles. Obviamente dejar el auto en la calle implica muchas cosas que pueden suceder, desde un raspón al robo del activo. Pero ¿por qué se respeta? “Es un ataque directo a la persona eso”, es una de las respuestas que pude recolectar. Ataque o no, los códigos implícitos son los que ordenan la sociedad sin necesidad de pensar legalmente. Esta aseveración me da una respuesta parcial al por qué, sin embargo -como todo usos y costumbres- pueden ser dinámicos y transformarse. No siempre se grafitearon los trenes.
Post scríptum
“El lujo es vulgaridad dijo y me conquistó”, reza clásico tema de los redondos. Combatir el lujo puede ser una forma de manifestarse en contra del sistema. El que haya visto la película “Los edukadores” (Die Fetten Jahre sind vorbei: 2004) relacionará esto con la praxis llevada a cabo por los protagonistas del film, desordenar las cosas en mansiones con el romántico mensaje “Los años de abundancia han pasado” (La traducción del título es esa). Ficción y romanticismo se llevan de maravillas, lo que genera necesariamente que la realidad sea más cruda. En este contexto, parece que hay dos grupos de anarcos en Pro City -que se reirían de esta nota- se adjudican el incendio de 50 autos de lujo. Este tipo de intervención destructiva contra la propiedad privada obviamente es catalogada de terrorista, vandalista, o simplemente como piromanía. Los argumentos son poco claros. La acción es definitivamente concreta aunque se dude de la autoría. La idea originaria de este relato quedó condenada al ocaso para reinventarse.
Cráneo Candente
(Publicado en Quedishu? 11)
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