5/2/12

¿Qué te lleva a opinar en el espacio destinado a comentarios en páginas como YouTube o en nuestro querido y amigable Olé?

Qué lleva a uno opinar en el espacio destinado a comentarios en páginas de internet? No coincido en absoluto con esa actitud.

Cuál es la necesidad? No logro meterme en los cerebros de estos usuarios, será el beneficio de la ausencia de identidad? Y cuál es el beneficio? No puedo entender, no ven que al único lugar que se llega siempre es a la discusión! Pero yendo más atrás, sin realizar un análisis del contenido de los comentarios -madre mía-, imagino el momento en que un determinado ser, al que llamaremos X, se dispone a leer una nota acerca de un tema al que simplemente denominaremos Y (evitar leer esta letra con la pronunciación “yé”), con la típica cara que tienen aquellos que van a realizar una idiotez, y entonces lo mágico… qué le pasa por la cabeza? Es ahí, se entiende? Qué los lleva a pensar que tienen que escribir un mensaje para opinar sobre lo que están leyendo o escuchando o viendo? Me parece raro aunque no inexplicable.

Opinar es gratis. Ambivalente, dudoso, desde la propiedad intelectual (sí, yo también me sorprendí al descubrir que éstos también merecían una de ellas), el contenido, la credibilidad de que lo que está poniendo otra persona a la que denominaremos Marge. Si usted está viendo un video de un artista R: se tomaría el tiempo, la molestia, lo que sea, en dar un comentario negativo sobre este? Me estoy percatando de que lo que más me atormenta es la opinión negativa. Qué ganas! Y que ortiva a la vez! Pongámonos en lugar de R, qué amargo que después de subir su video casero en el que ejecuta una canción con su guitarra, con apreciable insuficiencia de talento, recibe comentarios acerca de la exquisita falta de virtud, notoria, sí, pero no por eso meritoria de soeces, ordinarios y groseros juicios sobre su ejecución. Aparte, si además de la pésima ejecución nuestro querido R no goza de atributos estéticos destacados, no puede salvarse de la opinión ajena, oculta, inalcanzable, en la que despedazan su estima al burlarse del desfavorecido rostro que regala en el monitor.

Por momentos, el nivel de hostilidad es altísimo. Se meten con cosas que hieren. Comentarios fascistas, xenófobos, agresivos, que dan ganas de golpear a su autor, autor que nunca sabremos quién es, dónde está, si lo que dice es lo que piensa, si no es un agitador, un buscador de quilombos, una vieja con hemorroides.

Entonces, repito la pregunta: usted opinaría? Para qué? No sucede lo mismo con aquel que opina y envía ésta por correo electrónico, la cual espera que sea publicada en un diario, por ejemplo. Si bien, muchas de las razones que a uno llevan a cometer tal actitud también son in entendibles, existe una que la distingue: ésta pasará por un filtro, será tenida en cuenta según las necesidades que tenga el editor de esa sección y, la no menos importante imposibilidad de entablar una discusión con otro usuario del espacio. Aquí se pierde la inflexión bélica del asunto, como también se pierde una cantidad de personas que no se disponen a realizar esta modalidad –más allá de la esperable por la cantidad de posibles opinadores que descreen de la posibilidad de ser electos, el menor número de lectores, la caducidad del valor de lo escrito por finiquitud del uso del material papel-.

Una forzada pero temible conclusión es que lo primordial que lleva a uno a realizar estos actos sea la necesidad de entablar un conflicto con alguien a partir de lo que supuestamente puedan ser sus opiniones. Cuánto se puede disfrutar el molestar a otro? Mucho. Lo que desprende nuevas conclusiones: lo importante es joder a otro, porque ni del contenido uno puede confiar. Los que se toman ese trabajo son personas que quieren romperle las bolas a otro.

El que opina a favor merece un comentario breve pero contundente: es una actitud que será favorablemente recibida pero si reflexionamos un instante en algunas de las cosas dichas con anterioridad, carecerá de credibilidad. El balance entre el contenido propicio y su dudosa sinceridad (no siempre por intención sino por esa in comprobable identidad) es responsabilidad de su propia decisión.

Entonces, encontramos en estos espacios la posibilidad de pelearnos con otro, de creernos más inteligentes, más atinados, de contradecirlos porque no tenemos nada más importante que hacer. Me hace pensar en la gente que chatea y se pone un nombre de mujer siendo

hombre o viceversa, porque utilizan ese momento para confrontar con otro, seducirlo, mentirle, creyendo de manera ingenua que la otra persona que se encuentra igual de al pedo no está en ese mismo instante tergiversando todas sus oraciones, mintiendo de la misma manera y riéndose de ese que también se está riendo del otro. O lo que es más tétrico: que sí se estén dando cuenta. Qué idiotez.

Aparte, cómo tomar en serio una opinión vertida por un usuario llamado por ejemplo: “gallinaputa”. No cabe ninguna posibilidad que esa persona comente algo enriquecedor, ya que desde lo más básico que es su denominación, deja explícita esa necesidad de profesarse en contra de otro, un otro al que busca denostar, agredir o burlar.

Por eso, inmersos en esta cósmica aventura que es vivir alrededor de millones de pelotudos, por favor, ahorrémonos la innecesaria posibilidad de entrar a leer esos comentarios porque, más allá que en un principio pueda parecer algo divertido, le aseguro que solo hará florecer de su interior la más nauseabunda y pestilente sensación percibida desde el hombre de Cromagnon en adelante que es la de estar perdiendo el tiempo.

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Anthony Ham Burgués.