Un inicio

La palabra y la acción
2013. Dos muchachos arriban a pasar el caluroso enero a la provincia de Entre Ríos. La promesa había sido hecha, sin tener demasiado claro entonces la posibilidad de que se cumpliera. Lo primero que averiguan en la oficina de turismo de Gualeguaychú es “¿sabés dónde vive Augusto Romero?”. La incredulidad que disparaba la mirada de la empleada no amainó el espíritu quedishuista en nada. La proeza estaba en marcha.
Horas después, mientras luchaban por contener la emoción que uno tiene cuando sabe que está haciendo algo histórico, golpeaban sus manos en la puerta del rancho. El mítico personaje aparecía -lejano, casi literariamente- detrás de la casa. La reacción de uno de ellos que se dio vuelta y dijo “Es!”, es la mejor manera de resumir el momento. Minutos más tarde compartían sobre el patio pelado de pasto una charla épica con quien 14 años antes había sido para ellos un personaje más de la narrativa ioriesca, como “el pibe tigre”, “el niño jefe” o los aborígenes tilcareños.
La ruptura de la convención artística
Resumidamente. Cualquier tipo de mensaje puede ser definido por los efectos de sentido que provoca en su receptor. Una orden es un tipo de mensaje que no se preocupa por las formas y los arreglos retóricos porque tiene como fin que quien recibe el mensaje actúe según la palabra del enunciador y nada más. Una publicidad es un nefasto invento capitalista que tiene como fin el consumo. Un mensaje religioso tendrá como objetivo invocar las fuerzas sobrenaturales para que tengan un efecto sobre la realidad mundana.
El arte es un tipo de mensaje donde el énfasis está puesto en la forma. Matices más o menos, lo que lo define como tal –más allá del contenido- es la intención de producir un goce estético. La música no es la excepción. O sí. Analicemos fragmentos de la letra de Homenaje y volvamos luego sobre estas palabras.
“Ñandubayzal, en Entre Ríos
Gualeguaychú suburbano
Donde mi vagar halló destino
Maestro, amigo, mi hermano.
Rancho plantao´ junto al camino
que va hacia el río curveando
Pasión de santos un gaucho vivo
Y me arrimé a saludarlo”
“si lo encontrás quisiera le recuerdes
Que yo le canto con toda mi voz”
Aquí el punto cúlmine de la anécdota. La palabra artística hecha acción: en medio de la charla con Augusto Romero los quedishus se despacharon con un imborrable: “Augusto, queríamos recordarle que Ricardo le canta con toda su voz”. La ruptura conceptual estaba hecha. El sacrificio con el olimpo de la anécdota estaba saldado. Los quedishus en cuestión habían comprendido de qué se trataba la vida. Y entre inocentes y satisfechos se iban de lo de Augusto, que los saludaba desde la puerta del rancho rodeado de sus perros fieles y amigables.
A modo de cierre y reflexión
Vivir por y para la anécdota no es tarea fácil, hay que ser justos en esto. Dedicarse a este camino implica despojarse de todo prejuicio, cualquier atisbo de vergüenza y de respeto a convenciones burguesas y retrógradas. Ahí estaban los quedishus, tomando una cerveza mientras el sol se iba y pintaba el atardecer entrerriano. Sabían que no era una anécdota más. Cualquier metalero de ley chapearía y mucho con esto. Festejemos quedishus, nosotros lo hemos hecho, y vivimos para contarlo. No naturalicemos la importancia de vivir por y para la anécdota. EA!
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