4/11/08

El cumpleaños de Dana Pinsky

El día que Dana Pinsky cumplió ocho años el sol daba en las ventanas altas de uno de los edificios laterales del patio grande, donde formábamos para cantar el himno. Hacía frío y ella entró saltando de la mano de Ariel, su hermano varón. Tenía el pelo mojado y ya se había puesto el guardapolvo blanco. Detrás de ellos venía la señora que los cuidaba con una mochila rosa y otra azul. Ariel era morocho y Dana era blanca. Eran los únicos hijos adoptados del schule, y se decía que no eran judíos. La madre de Dana quedó embarazada por primera vez cuando ella cumplió ocho años. Ariel se fue con los de su grado y Dana vino con nosotras. Hicimos una ronda alrededor de ella y le miramos las zapatillas, eran nuevas y tenían cordones fluorescentes, su papá se la había traído de Estados Unidos. Cuando entramos al aula Dana sacó de su mochila una bolsa de residuos vacía y la puso debajo del banco. En el recreo le dimos los regalos. Dana sacó la bolsa negra, la sacudió en el aire y guardó sus juguetes nuevos. La bolsa llena tenía nuestra estatura.
Cuando terminó el turno de la tarde fuimos a su casa, vivía en una de tres pisos sobre la calle Quito. En el último había una sala de juegos, pero el cumpleaños lo festejaron en el garaje de la planta baja. Los padres sacaron sus autos a la calle y colgaron guirnaldas y una piñata en medio del salón. Habían contratado a un payaso que nos hizo sentar en ronda en el suelo. Empezó la música y el padre de Dana pasó al centro de la ronda. Alzó las manos y movió la cadera a uno y otro lado al ritmo del estribillo de una canción sionista, que decía: Beiesh lanu bait, beiesh lanu gan, be eretz Israel. (Tenemos una casa y tenemos un jardín en la tierra de Israel) A Dana la habían mandado a cambiarse. Entró al salón con un vestido nuevo y se quedó parada a unos metros de la ronda mirando a su papá que se había puesto la nariz colorada del payaso. Cuando terminó la canción el papá la alzó a upa, la llevó al centro de la ronda y la hizo dar vueltas en el aire. Nosotros aplaudimos hasta que ella pidió a gritos que la bajara.
Soplamos las velitas y comimos la torta. Vinieron a buscar a mis compañeros. Dana y yo nos echamos en las sillas que había a lo largo del salón. El casete había vuelto a empezar por tercera o cuarta vez, la mesa estaba vacía y algunos vasos de plástico tenían gaseosa hasta la mitad. Dana levantó los pies y se miró las zapatillas, se empezó a reír y yo con ella.
Me quedé a dormir en casa de Los Pinsky porque mamá no me podía ir a buscar. Subimos descalzas al primer piso, para no marcar las alfombras. La pieza de Dana tenía un espejo ovalado sobre un mueble de laca rosa y la cama llena de osos de peluche. Nos acostamos con la puerta de la pieza abierta. Al ratito escuché la respiración suave y pausada de Dana. Me acomodé de costado en la cama, que me habían preparado en el piso. Desde allí veía los pelos de la alfombra al ras y el pacillo de paredes empapeladas en la penumbra. Los padres de Dana pasaron frente a la puerta y encendieron la luz del baño. Ella tenía un camisón de tela liviana, que se tensaba en la panza y se transparentaban a la altura de los pezones. El padre se había quitado la camisa. Ella entró al baño y él apoyó uno de los brazos en el marco de la puerta. Tenían las caras iluminadas por la luz del botiquín del baño y las espaldas a oscuras. Hablaban en voz baja. La madre empezó a cepillarse el pelo. El padre se desabrochó el pantalón y entró al baño. Unos segundos después escuché el ruido de la cadena y él apareció de vuelta en el rectángulo de la puerta, en calzoncillos. Así desnudo me pareció distinto, tenía las piernas llenas de pelos y medias tres cuartos con rallas finitas. Se pegó al cuerpo de la madre y le dijo algo al oído, ella lo apartó con la mano. El padre salió del baño y la madre cerró la puerta. Después de unos minutos ella también salió. Apagó la luz y subió las escaleras. Me dieron ganas de hacer pis, pero me aguanté, para no cruzarme con nadie en el pasillo.

Florencia Cosin

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